lunes, 24 de septiembre de 2012

Pastillas para dormir.

La historia de la chica comienza hace apenas unos 22 años, una madrugada de verano fechada con un 8 al día del nacimiento. Pequeña e indefensa, tan llena de puerilidad sale del vientre de su madre sin saber que 22 años después tendría que tomar la decisión más difícil de su vida.

La chica, una joven que sueña y teme que sus sueños nunca se cumplan, se hagan realidad, sueños que están llenos de vida, de energía, de belleza, belleza que ella no tiene, belleza física, belleza que por desgracia y por fortuna de algunos es lo único que cuenta en esta sociedad, sociedad que esta impregnada de estereotipos y prejuicios, prejuicios que inculcan la bulimia, la anorexia, la ceguera interior y que no permiten que personas como ella se sientan felices.

22 años y el cansancio sale despedido por sus poros, cansancio físico y mental, mental porqué finge, finge felicidad, felicidad que no ha logrado obtener por miedo, miedo al fracaso, al rechazo, rechazo que ha tenido que soportar casi toda su vida, rechazo que le han valido noches inundadas de lágrimas y golpes físicos, golpes autoinfligidos para callar el dolor sentimental por el dolor físico, dolor físico que es más posible soportar, dolor físico que ha dejado huellas en su rostro, sus brazos y piernas, piernas que no han logrado salir de aquel agujero al que entro en la  niñez, agujero que no es más un hoyo negro que le succiona las fuerzas y las ganas de vivir.

La chica odia el espejo, espejo que refleja lo que en realidad odia, odia tener que verse, odia tener que sentirse, odia su cuerpo, odia que sepa que todos los días lucha por no sentirse fuera de lugar, fuera de los estereotipos que dicta la sociedad, sociedad que le ha enseñado que vale mil veces una cara bonita que un buen sentimiento, que una cara bonita puede más que un puñado de conocimientos, conocimientos que ante unos pechos grandes, unas curvas bien definidas o una silueta estilizada se desvanece y cae, conocimiento en peligro de extinción.

Decisión que la llevará a luchar contra eso que tanto ha deseado y temido, decisión que hará llorar a quienes en realidad la aman, quienes la aman por lo que es, por lo que ha hecho y ha sentido, quienes la apoyan aún en las más difíciles situaciones, situaciones que la han noqueado, que la han hecho más frágil y endeble, endeble ante la rudeza de la vida, de la gente, gente que aprendió de la cultura "de la apariencia", apariencia que no la incluye.

El momento de elegir, elegir cual es la forma de que sea permanente, de que no haya falla y tener que dar explicaciones que nadie podrá comprender, que no podrán comprender porqué nadie siente lo que ella, porqué nadie ha vivido lo que ella, porqué sabe que si falla la vida le seguirá jugando sucio, tramando telarañas sin fin, fin que ha llegado, que hay que marcar, marcar pero no con fibras que enganchen por encima de la apenas notada V de su cuerpo, marcar pero no con filos que hagan brotar líquido viscoso, liquido que tal vez pueda navegar dentro de su cuerpo y le hagan soñar eternamente, le haga sentir que gira, sentir como gira el acero sobre sus manos, sentir el frío de aquel metal que le haga desvanecer tras un ruido ensordecedor, ruido que tal vez pueda callar bajo el líquido cristalino que penetre dentro de sus dos contenedores de aire, aire que con el paso de los minutos se extingue, se pierde dentro de su cuerpo, cuerpo que le dio bienvenida a pequeñas sustancias somníferas, sustancias que le han dejado sonriente eternamente sobre la cama.

El grafógrafo [Salvador Elizondo]

"Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo."

El grafógrafo.

Salvador Elizondo.