En la habitación de aquel Hotel del centro del D.F., cercano al Zócalo de la ciudad se daba una conjunción perfecta entre una piel nacional y otra extranjera. Mexicana y argentino se volcaban en un frenesí imparable.
El argentino rompió el silencio.
-Esto es una breve despedida, pero quiero que recuerdes esta imagen que a mi me perseguirá por siempre: vino tinto en tus pechos, separados y lindos, que cada vez que respiras se mueven uniformemente, mis manos en vos, sobre la espalda, este cuarto que nos sirve de guarida en este momento. Esta silla, vos sobre mi y yo dentro de vos, tu cara llena de pasión, excitación, ese movimiento tuyo que me invadirá cada vez que duerma y que vendrá a mi en cada sueño. Tu cadera, tu espalda larga ondulándose...-
Ella no tardó en hablar.
-No lo olvidaré, que no te quepa la menor duda de eso cariño mío.-
-Sólo espero que esto no sea una más de las tantas historias terminadas con el tiempo, quiero que dure, porque para mi esto es más que sexo y reuniones frecuentes en un sólo mes de pasiones, y sobre todo espero que ningún pibe te haga lo que yo, que ningún boludo te haga sentir tan bien como yo, para que cuando nos volvamos a ver sea con tantas ganas, con un deseo implacable. Espero que lo que vivimos no sea sólo una noche más.-
-Me fascina tu maravillosa reacción al sentir mis manos tocando cada parte de tu cuerpo.- dijo ella, la piel mexicana.
-Yo no quiero regresar a Argentina, mi hogar es tu cuerpo, tus manos, tus senos, tu cadera, tu entrepierna...-
-Calla. Tienes que regresar, porque entonces, el próximo verano el vino tinto sabrá mejor.-