Hace frío, tengo algo en las manos que no es mío, es una especie de líquido viscoso color bermellón, el aire trae consigo un aroma parecido a metal oxidado, algo que cala en la nariz pero extrañamente al gusto agrada.
Estoy en una casa que rentamos hace poco más de un mes, de paredes blancas y carpintería color caoba, un decorado minimalista pero con imitaciones Andy Warhol y Roy Lichtenstein.
Me pregunto porqué motivo dejé que ella decorara con arte pop nuestras paredes.
Cuando la conocí supe que sería una especie de aire fresco en mi vida. Con su filosofía pop y su tesis en psicología del arte supe que era un alma que necesitaba liberar sus demonios por medio del arte. La literatura rusa era su debilidad, lo supe en la tercera cita cuando de la nada apareció un sujeto con un Chéjov en mano y entonces vi en sus ojos un brillo que no había visto hasta entonces, rompí el silencio de su contemplación y pregunté si todo estaba bien, sonrió como sólo ella podía, con su hilo de labios y pómulos pronunciados, abrió los labios y dijo: Claro, sólo que no es muy común encontrar a gente que como yo tenga una predilección por los autores rusos, sobre todo por Chéjov, que no es tan conocido como Dostoyevski. Pero, olvidemos eso, no quiero sonar una loca empollona de la literatura. Jamás olvidaré aquella pequeña conversación, el uso de sus palabras, la forma en que decidió dejar de hablar de literatura para que yo siguiera hablando de mi pasión.
Salimos un par de veces más y entonces supe que la quería para mi, que no quería que ella se alejara de mi ni un día más, que no quería que saliera con otro hombre que no fuera yo, y entonces la besé, le pregunté si ella quería estar conmigo, pasar de ser sólo unos amigos más y compartir más en esta relación, me abrazó y me dijo que sí, que ella deseaba ser parte de mi vida y que yo fuera parte de la suya. Diez meses después nos encontrábamos cenando en una pequeña cafetería en la calle Donato Guerra, estaba terminando su café latte cuando le dije que si me ayudaba a conseguir una casa más grande, quería dejar el departamento compartido y comenzar una vida aparte, con un espacio en donde cupiera mi taller, así que le pregunté si me ayudaría a conseguir una casa para rentar, pero con sus gustos, porque para ese entonces yo sabia que ella sería la chica con la que quería compartir mi vida, mi vida entera, así que si todo seguía según mis planes dentro de 5 meses le propondría matrimonio aún a sabiendas de que ella no creía en el, pero sentía que si era yo quien se lo propondría no se negaría, ella me amaba como yo a ella, nada podría detener esto que sentíamos, que vivíamos.
Un jueves por la tarde llegamos a una privada, habíamos visto el anunció en Internet y las fotografías de la casa llenaban la pupila de ella, así que decidimos concordar una cita con el arrendador y fue así que llegamos hasta esa casa de paredes color blanco.
Fue como un flechazo para ella, supo que ese espacio era lo que yo necesitaba, así que sin duda dije "la rentamos", usé un nosotros y al parecer eso desconcertó al amor de mi vida, me vio un poco confundida, así que tomé su mano y le dije que le agradecía, que gracias a ella había encontrado mi nuevo hogar, lo menos que quería en ese momento era asustarla con un compromiso tal, por extraño que parezca aquellas palabras lograron conciliar su estupefacción y sólo dijo "por nada corazón".
Basto un par de semanas para que la casa estuviera impecable, con decoraciones en arte pop y muebles minimalistas, como ella dispuso, como le pedí que lo hiciera, "imagina que es tu espacio, así que decóralo a tu gusto", y fue así que Andy Warhol llegó a mis paredes.
Y entonces sucedió lo jamás debió haber sucedido.
Una tarde de invierno, lluvia y frío, ella entró por la puerta, botó la chamarra en el sofá, como era ya su costumbre, tal vez eso es lo que más desesperaba de ella, que dejara sus chamarras por cualquier lado del sofá en lugar de dejarla en el perchero. Corrió hacia mi taller y me abrazó con tal entusiasmo y dolor que no supe como reaccionar, por primera vez en un año de relación me asuste, tuve miedo de perdela sin saber que eso pasaría, la alejé de mis brazos y le pregunté que ocurría, me dijo "nada, vamos a la cocina por un buen café, de ese espresso caramel que tanto te gusta". Me tomó de la mano y la seguí, no hubo tiempo de dejar el formón en el taller.
Llegamos a la cocina y sacó de la alacena aquellas cápsulas, dispuso todo en silencio y la maquina comenzó a trabajar. Estaba de espalda a mi, viendo por la ventana, así que la giré para preguntarle nuevamente de frente que es lo que ocurría, aún con el formón en mano.
"Me iré en Enero", no pudo decir más porque de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas pérfidas. Sólo pude decir "¿qué?", secó las lágrimas y me dijo "me aceptaron para el master en la universidad de Lyon, me iré en Enero a Francia", se abalanzó a mi y me abrazó, le pregunté que en que momento ocurrió todo eso, sin dejar de abrazarme me dijo al oído que meses atrás había comenzado los trámites, era una especie de juego, que no pensaba que la aceptarían, pero que su mejor amigo le había dicho que lo intentara, y así fue, y que un par de semanas atrás le habían dicho que lo había logrado, pero que no sabía que hacer. La alejé de mi, de golpe ella estaba a un metro de distancia de mi, la vi y no supe que sentir, si enfado, alegría, rabia o tristeza, no quería que se fuera, la quería para mi, la quería siempre para mi, le dije que no podría vivir sin ella, sólo dijo "pero cariño, es una oportunidad que siempre he deseado, por favor, amor, necesito de tu apoyo, necesito saber que eres feliz por mi, porque no importa la distancia, yo te quiero a ti, y eso no cambiará, el tiempo pasará volando."
Me negaba a escuchar aquel discurso gastado, la cólera comenzaba a subir por mi estómago, la sentía nacer desde mis entrañas, subir y encender el miedo más profundo, el miedo de perderla, de que en Lyon, lejos de mi encontrara otros brazos, otro amante que no la comprendería como yo, empuñé con fuerza el formón, y entonces dijo lo que nunca debió hacer salido de su boca: "Amor, si tú y yo somos el uno para el otro, si los nuestro es real, a mi regreso nos volveremos a encontrar", no podía creer, me dejaba, no le daba ni siquiera la esperanza de vida a este amor innegable dentro de la distancia, simplemente se marcharía sin llevarme en la maleta, la odié, la odié y le grite "zorra, tú lo que quieres es ser una maldita zorra libertina lejos de mi, de casa, de lo nuestro", antes que ella pudiera emitir palabras nuevamente me abalancé a ella con el formón en la mano y sin dudarlo le clave en el corazón aquel metal helado y sucio, su mirada penetró en mis ojos, sus piernas cedieron al dolor y se desplomó ante mis pies, le pregunté "¿por qué no me amas?", y clavé nuevamente el formón, una y otra vez hasta que su cuerpo dio paso a ser una obra de arte contemporánea de uniformes manches rojas en un fondo turquesa.
Llevé el cuerpo hasta el sofá, pensé que ella debería haber estado allí, saqué de su bolsa el libro en curso, era un Julia Navarro, lo puse sobre su regazo, como debía haber sido, como tenía que suceder desde su llegada, ella en el sofá leyendo mientras yo dejaba todo en orden el taller para acudir a su llegada, para poner la cafetera y disfrutar ambos de una velada cálida.
Nada había pasado aquella noche, porque todo estaba como siempre, todo ya estaba dispuesto en aquella sala, ella era mía, ambos en el sofá rodeados de Roy Lichtenstein, ella tenía el libro y yo, como siempre, mi taza con café espresso caramel.