lunes, 23 de marzo de 2015

De la mujer que él amaba.

Salí de mi casa con la intención de embriagarme, sentir como el alcohol naufragaba mi razón y entonces poder hablar en alguna cantina a algún pobre diablo acerca de aquello que estaba quemando mi interior.

Tomé un taxi con dirección a los bares del centro, aquellos que por vox populi eran considerados "de mala muerte", pero donde se sabe puedes conocer a cualquier desgraciado como yo.
Recuerdo nuestra primera cita.

Le pagué a aquel sujeto que poco charlo conmigo, no era el clásico taxista-psicólogo del que te cuentan en las calles, de esos que sin más irrumpen en tu vida con su sabiduría de ruletero.
Me despedí de él no sin antes pedirle su número por si acaso necesita regresar a casa, él, con una sonrisa simpática y maliciosa me lo ofreció sin chistar un segundo. Bajé del sedan de 4 puertas y entré a aquel lugar que llevaba por nombre algo así referente a hierba.

El lugar era acogedor, pequeño e íntimo, con gente que a simple vista resulta ser agradable. Una pequeña barra y un par de bancos altos, no dudé y me senté en uno.
Pedí una cerveza, cualquiera bastaba para mi fin.
Bebí un par de ellas hasta que aquel sujeto de piel morena y mirada profunda se sentó a un costado de mi. Pidió una "corona", el destello de impotencia emergía desde lo más adentro de sus entrañas saliendo sin dudar por cada uno de sus poros.
Supe de inmediato que aquel era el pobre diablo que pretendía encontrar desde que tomé el taxi. Dije sin dudar "Salud, por las bellas damas que jamás serán nuestras." Él alzó la cerveza y dijo "salud", volteó su cuerpo y sus ojos se clavaron en los míos, fue una confesión, aquel hombre sufría igual que yo, amaba y no la tenía, no era para él, estaba lejos de sus brazos, no podía besarla.

Le tendí la mano, por educación, vaya usted a saberlo porque hice aquel gesto en aquel bar de rock. Esperaba un apretón de manos y lo que obtuve fue una palmada, eso que llama "chocarla", me dijo su nombre y yo respondí con el mío.

Para la media noche eramos dos pobres diablos hablando de infortunios, de malas rachas, pero entonces llegamos al punto crucial de la noche, eramos dos almas rotas por el amor, la desesperanza, la desconfianza,

Mi confidente me cuestionó acerca de aquella bella dama del brindis, la cuál no podía tener, entusiasta por conseguir el cometido de la noche comencé:

"Es una bella mujer de ojos color café, cabello suave que vuela con la primavera y se adhiere con el invierno. Nunca supo como llegué a amarla, tal vez ni yo mismo lo sé, pero seguro es que en mi nace y muere el más puro y sincero sentimiento por ella.
Lo que ella no entiende es que es hermosa, y tal vez es lo que más me guste, que a pesar de ser linda como el sol al amanecer, ella no peca de arrogancia, de vanidad. Es dulce y fuerte, y de tanto en tanto, como bella maldición, es obstinada, terca, y a veces no sabe cuando parar.
Podría hablarte maravillas de ella, pero por miedo a que te enamores de ella dejaré a tu imaginación el resto de aquel ser que vive y sin querer ha roto mi corazón.

¿Por qué lo rompió? Verás, no hace mucho ella tenía una coraza en su corazón, una armadura que era impenetrable, o eso creía ella. Moría del miedo por verse involucrada en el amor, y evitaba a toda costa cualquier tipo de relación que la hiciera perder la razón. Cuando la conocí ya tenía esta coraza, así que no tuve mucha oportunidad, pero a cambio, la tuve como amiga, y amigo, sólo Dios sabe cuan agradecido estoy de por lo menos tenerla como amiga.

Yo era feliz así, porque por lo menos sabia que me quería a su manera, como a muy pocos. Hasta que llegó él, y aún no me explico como pasó, qué fue lo que tiene ese hombre que nadie más tiene que logró atravesar sin más aquella armadura, aquel corazón duro y temeroso. 
Ella se enamoró de alguien, de alguien que no era yo.


No es que la creyera mía, pero me duele verla sufrir, porque si por lo menos ella fuera feliz con él, entonces valdría cada suplicio que vivo al escucharla hablar de él. Pero no es feliz, ella  entregó lo que pocas veces en la vida se ve, entregó su esencia, se entregó, entregó alma y corazón y no supieron que hacer con tanto, con aquello que ella guardaba celosamente. La hirieron.

Hoy brindo por ella, por el amor que le tengo, porque nunca será mía, porque me duele verla llorar por un hombre que no sabe valorar."

Terminé mi discurso y mi nuevo compañero de penas, sin quererlo, soltó una lágrima pérfida, la secó y dijo:

"Compañero, ¿cómo puedes vivir así? ¿cómo puedes amar a alguien que sabe nunca será tuya?

Yo, yo soy un pobre diablo que a diferencia de ti, no esta seguro de lo que quiere, pero sabe de la belleza de la mujer que lleva en el pecho, clavada como una estaca, porque tal vez este seguro de que hay pocas mujeres como ella, pero hay muchos hombres como yo, que tal vez ella algún día se cansará de este pobre diablo y entonces buscará a alguien que viva como ella, y entonces no quiero ser como su dama, no quiero que a mi me lastimen, y entonces fui yo quién salió corriendo, para evitar el dolor que ahora vive la mujer por la que tú sufres."

Guardó silencio y bebió hasta el fondo de su cerveza, no dejó una sola gota, y en mi, para ese entonces, sólo me surgía un viejo dicho: "El mundo es muy chiquito" ¿Será posible? ¿será un juego? Tenía que salir de dudas y entonces saqué el celular, busqué una fotografía de aquella mujer por la que estaba embelesado, y le dije al sujeto de la barra: "Dime que esta no es la mujer que has lastimado por no salir herido, por cobardía. Pero así como digo, Dios sabe cuanto te encanta".

El silencio reino, como jugada del destino el lugar calló la música, los demás callaron y él sólo miraba el celular aquella imagen, y en su rostro estaba marcada la expresión de estupefacción más aterradora que he visto en mi vida. Trás un segundo siniestro volteó a ver mi rostro, apartando su cuerpo de la barra y de sus labios sólo se pudo escuchar un "no es posible" ahogado.

La sangre comenzó a calentarse, sentía mis miembros temblorosos, tenía rabia e impotencia, quería golpearlo, quería hacerle saber cuanto lo odiaba, y le dije:

"Eres un idiota, no sabes cuán idiota eres. Tienes a tus pies a la mujer más fascinante de mi vida, a la mujer que emite luz tan sólo con sonreír y verte a los ojos. ¡La tienes, carajo, la tienes! y tú sólo pretendes que no importa, sólo por una estúpida corbardía."

No pude decir más, ambos sabíamos que si seguíamos en el mismo lugar aquello no terminaría bien. Él sólo pudo responder con un "lo siento, hermano, en verdad lo siento, no puedo ser valiente, no ahora, no con ella."

Mientras me apartaba de la barra y a su vez de aquel hombre que había destrozado a la mujer que amaba le grité sin importar si la gente llegara a pesar que estaba loco:

"Felicidades, la has convertido en piedra, porque si antes llevaba una armadura, al romperla lo único que has conseguido es que se vuelva de piedra y nadie más pueda tener acceso a ella, ni siquiera tú."

Salí de aquel bar sin rumbo, pensando en ella, imaginando su mirada, sus ojos café,  para así poder calmar mi rabia.

El grafógrafo [Salvador Elizondo]

"Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo."

El grafógrafo.

Salvador Elizondo.