Él le decía al oído que la deseaba, pero por dentro, sólo quería ser como aquel emblemático personaje de "El perfume."
Se conocieron en la playa, cuando los rayos del sol queman tan finamente para después morir en el ocaso, atrás del agua, como la muerte que tanto dudo Colón, allá, mar adentro.
Ella tenía un vestido volátil color salmón, tan etéreo que la tela baila al viento como tiras en ventilador en venta un verano de 1960. Sus gafas de sol le tapaban cerca de la mitad del rostro, era tan misteriosa como la misma medusa sin ganas de convertir en piedra su propia alma. Él la vio desde el malecón y no pudo desprenderse de ella.
Él, un hombre caucásico de 26 años, ojos color café y cabello caoba rojizo, un ente raro para aquel mundo lleno de simplicidad. Llevaba en su mano izquierda un Manuel Puig.
Quedó tan prendado de ella que sin pena alguna decidió pararse justo de su lado derecho, como quien admira la muerte del sol, como quien no se da cuenta de que la mujer de su vida estaba justo a un lado de él.
Tras la puesta del sol, ella retiró sus gafas y dejó al descubierto un par de ojos almendrados, de un café intenso que pareciera un negro bujía. Él sostuvo la respiración cuando ella giró y quedó pasmada ante "Sangre de amor correspondido." Buscó la mirada de él y cuando por fin se cruzaron las formas distintas de ver su mundo, ella le emitió una sonrisa siniestra, de esas que sólo las mujeres libres pueden emitir, de esas sonrisas de las que no puedes escapar. Él tuvo una punzadita en la parte baja del estómago y le regresó la sonrisa.
Comenzaron a hablar acerca del libro, del autor, de la controversia de sus novelas, del exilio, para terminar en una habitación de hotel con vistas al mar, con el vestido etéreo bailando en el barandal del balcón. Allí, donde el terror vivirá por siempre.
Las 2 antes meridiano.
Las olas del mar reventaban con tal intensidad que era lo único que se podía escuchar en aquella madrugada color bermellón de otoño. No había ruido que pudiera delatar el terror que se vivía en la habitación #22.
Si acaso usted hubiese pasado caminado un poco drogado por la playa, y si hubiera dirigido la vista hacia aquel balcón, entonces, hubiera notado que el vestido salmón ya no era salmón, era algo así como el tono Mary Janes del butter lipstick de NYX, rojo intenso.
Lo que pasó en la habitación alquilada por ella pudiera ser un misterio, pero lo cierto es que los sucesos fueron así:
Cuando él le extendió "Sangre de amor correspondido" en la playa, ella lo invitó a tener una noche cualquiera, con una mujer cualquiera, en una playa cualquiera de un México caótico.
Él la había idealizado, le había otorgado el título de mujer perfecta desde que la vio cuando estaba en el malecón. Aquellas palabras le causaron estupefacción, la mujer perfecta para él jamás le invitaría a pasar una noche fugaz, una noche simple y aburrida, entonces la odio.
Sin embargo, él accedió y juntos fueron hasta aquel hotel. Pidieron servicio al cuarto. Una botella de Tequila, querían naufragar, o eso pretendió él.
Cuando la charla ya no tuvo cabida, ella se acerco, lo tomó por la nuca y le dio un beso intenso, metió juguetonamente la lengua para después morder un poco los labios de él.
Él le susurro "te deseo", mientras ocultaba el asco que aquellos hechos le producían. Se volvieron a besar, se acariciaron.
Ella dejó que él tomara el mando, sumisa. Para ese momento él lo único que quería era erradicar del planeta a otra mujer simple, vana, que más daba, en su lista ya había aniquilado a 8 mujeres, una más sería mejor, porque sin 9 mujeres estorbando pronto llegaría a su meta, a su más grande deseo, encontrar a la mujer perfecta, el amor de su vida.
La cogió de la cintura y la giró, la puso de espalda, con los senos operados contra la pared, mientras acariciaba sus muslos a través del vestido etéreo, alcanzó con su mano derecha la botella de Tequila, y sin dudar un segundo le golpeo la cabeza.
Los pedazos de vidrio se incrustaron por todo su cuero cabelludo, fue tan brutal aquel golpe que ella cayó desmayada ante los pies de él.
La cargo y la puso sobre la cama, le escupió, le injurió. La odia por ser hermosa, libre y honesta, y por no ser la mujer de su vida, la mujer que él esperaba. Entonces, con la boquilla rota de la botella, comenzó a perforar todo su abdomen, hasta que el vestido le estorbo. La desnudo, y sólo él sabrá por qué, pero extendió en el barandal del balcón aquel apagado vestido color salmón.
Regresó donde ella, y siguió matándola de a poco, hasta que la cama quedó húmeda por la sangre que emanaba el cuerpo inerte de ella.
Cuando cayó en cuanta de lo que había hecho, no pudo más que llorar, lamantarse de verse inmiscuido una vez más en un acto lúgubre. Se aborrecía por verse lleno de sangre, pero sobre todo de verse solo un martes a las 2 a.m. en una playa hermosa.
La besó, la dejó sola, salió de la habitación con rumbo a su nuevo destino, un pueblo mágico, no sin antes dejar en el tocador de la habitación la causa por la que ella había perdido la vida, aquella edición vieja de "Sangre de amor correspondido" de Manuel Puig.
Regresó donde ella, y siguió matándola de a poco, hasta que la cama quedó húmeda por la sangre que emanaba el cuerpo inerte de ella.
Cuando cayó en cuanta de lo que había hecho, no pudo más que llorar, lamantarse de verse inmiscuido una vez más en un acto lúgubre. Se aborrecía por verse lleno de sangre, pero sobre todo de verse solo un martes a las 2 a.m. en una playa hermosa.
La besó, la dejó sola, salió de la habitación con rumbo a su nuevo destino, un pueblo mágico, no sin antes dejar en el tocador de la habitación la causa por la que ella había perdido la vida, aquella edición vieja de "Sangre de amor correspondido" de Manuel Puig.