Poco más de dos meses y ya comienza a quemarme la piel. Los dibujos en la piel de otros me recuerdan a él, por donde vea, a quién vea siempre y cuando tenga un diseño en los brazos, el torso, piernas o manos me recuerdan a él. La tinta en la piel es la forma más elocuente en que se hace presente a mis ojos.
Lo encuentro cada vez más presente.
Estoy en la fase de abstinencia, del alejamiento, y por fin entiendo a los adictos, por fin entiendo esa sensación de vacío, de necesidad, de hastío por lo demás, de odio propio, de deseo perturbable, y me resulta aún más confuso y atemorizante saber que mi adicción no es a una sustancia, a un objeto o una comida, sino a él, un hombre, unas manos, labios, ojos, piernas, muslos y, en lo profundo de todo, un corazón...su compañía, sus palabras, sus años.
Él, mi adicción, su huella en mi dedo pulgar, cosas difíciles de superar, pero como lo he dicho, debo ser fuerte, debo dejarlo allá, en el pasado, debo aprender a vivir sin él. Debo ser yo mi propia adicción.
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