Percibo una ventisca con tu aroma, es suave y sutil, hace que de cuando en cuando mis cabellos vuelen al compás de un vals, se erice mi piel. Es de mañana aún, el sol pega en el rostro y quema, la piel se tuesta, mis ojos adormilados y mi boca floja aún no entienden que en el fondo ya nada es igual, que debo cambiar, debo serle honesta, que se lo debo y me lo debo. Pero lo que pasa es que desde tu partida, la eterna, todo en mi mundo revolucionó, hubo un estallido que me hizo recordar y rememorar mi vida a tu lado, y por fin entendí que aún no logro cerrar todas esas ranuras que dejaste desde el día en que te fuiste de casa. Aún no logro pasar página y entender porque aún tu recuerdo en aquella madrugada cala tantp en el alma.
Ya soy una mujer madura, pero cuando acude a mi tu imagen, eso, más que ninguna otra cosa, me hace sentir como niña, la más vulnerable, la más pequeña y trémula, la que a ciegas confiaba y creía en el amor. ¡Qué belleza aquella niñez velada, aquella niña que creía en tu palabra! Y entonces regreso de la analepsis, y me doy cuenta de que no queda casi nada de aquella niña que esperaba en el sofá, viendo por la venta porque creía en tu promesa. Cuanta niñez no perdí viendo en ese cristal, y desde allí entendí que no cumplía años, sino que perdía edad de confianza. Ahora no suelo esperar nada de nadie, ni siquiera cuando me lo han prometido, tal vez, es la única cosa que me faltó agradecerte, el haberme hecho fuerte ante la vulnerabilidad de la confianza.
Mi interior es una coraza enorme, que con el tiempo se vuelve más gruesa y fuerte, y a la par indestructible, me protege de la guerra entre ellos contra mi. ¿Cuál guerra? aquella donde se ama, se confía y se espera algo de alguien, sobre todo de quien más te interesa, ¿por qué guerra? porque, a pesar de que me digan que me equivoco, que la vida no es así, siempre terminan defraudándote, lastimándote, porque sencillamente las relaciones sociales son la cosa más compleja y en ocasiones la más inhumana, que irónico, ¿no te parece?
Tal vez esto lo aprendí con tu partida, con tu forma de ser y ver el mundo, aún no lo sé.
Tu primer y gran lección fue esa, "no confíes en nadie, porque si lo haces, te dañarán, te harán añicos el corazón". Y eso hice desde los 10, desde que entendí que predicabas aquella enseñanza con tu ejemplo, cuando fuiste tú quien me rompió el corazón, cuando, después de tres años de ausencia, comprendí que tus promesas no valían, que siempre serías un "yo, primero, yo, después yo y al último yo". Que, a pesar de ser mi padre, de ser mi primer ejemplo de confianza y amor, te importo una mierda y decidiste vivir para ti, sin importarte tu hija, a la que no le importaba si estabas con mamá o no, sino a la que importaba que estuvieras con ella, para ella, para mi, papá, para tu hija. Al final nunca lo estuviste, y aunque no lo hayas visto, yo sí estuve para ti hasta tu último aliento, hasta aquel día frío de Diciembre.
Me duele aceptar que aún no logro abrirme del todo a las personas, pero poco a poco lo intento, y como siempre, esta es la mejor manera que tengo, escribiendo, porque puede ser que desde pequeña fue la única forma en la que aprendí a hacerlo, a expresarme, como si escribir fuera parte de aquella armadura que crece en mi interior.
Y pues aquí estoy, escribiendo la parte triste que guardo celósamente en mi, la que pocos conocían y por la que entendían la frialdad en mi. Aquí estoy, siendo valiente y diciéndole al mundo que a pesar de todo el desdén, del poco amor, que sólo al final de tus días, demostraste tenerme, que a pesar de todo, te amo, te amé, y te lloré tanto, aunque me había prometido no llorarte nuevamente aunque fueras a estar siempre bajo tierra, y te regalé el mar de llanto más grande que pude haber emitido.
Y pues aquí estoy, escribiendo la parte triste que guardo celósamente en mi, la que pocos conocían y por la que entendían la frialdad en mi. Aquí estoy, siendo valiente y diciéndole al mundo que a pesar de todo el desdén, del poco amor, que sólo al final de tus días, demostraste tenerme, que a pesar de todo, te amo, te amé, y te lloré tanto, aunque me había prometido no llorarte nuevamente aunque fueras a estar siempre bajo tierra, y te regalé el mar de llanto más grande que pude haber emitido.
Aquí estoy, siendo valiente, demostrando la razón por la que me oculto en un caparazón, y entones, sólo así darle la oportunidad de conocer el motivo de muchas de mis razones de ser, dándole la oportubidad de saber como dañarme, porque, papá, tu última lección fue la más importante: Ama, siente y vive, disfruta y goza, déjate llevar, abre tu interior, porque sólo entonces ellos verán cuan maravillosa puedes ser, podrán ver que eres y siempre serás mi niña, la mujer con los sentimientos más finos y cálidos, más sensibles y endebles, la mujer que se cuida por miedo a que alguien más la dañe. Y eso hago, padre, confiar.