Siento
como el sudor recorre cada parte de mi cuerpo, lo siento nacer y morir como las
lágrimas esta tarde infernal de Mayo. Mis ojos son dos presas que liberan
una inmensa cantidad de agua salada que pega mis pestañas maquilladas con un
rimel que supuestamente era a prueba de agua.
El
calor de mi cuerpo aumenta con el desconsuelo, es tan incómoda esta sensación
que decido dejar el llanto de lado para poder escapar de este lugar, de esta
habitación que hoy la siento más como una prisión que como un refugio.
Me
dirijo al baño y me lavo la cara, siento la sensación fresca del agua del grifo
tocar mi piel, siento como poco a poco cae el maquillaje para yacer en el
desagüe, es tan purificante la sensación de mis pestañas livianas, sin el peso
del rimel mezclado con las lágrimas.
Cojo
de la mesa de centro las llaves del auto. Salgo de mi casa con mi moleskine en
mano, mi bolígrafo ultrafino y mi pequeño monedero rojo. Quiero azotar la
puerta, pero, ¿qué culpa tiene ella de esta sensación que me ahoga? ninguna.
Subo al auto y lo pongo en marcha. Aumento el volumen del estéreo y la música
apachurra cada vez más mi corazón.
¿A
cuál lugar se va cuando uno se siente así? Manejo, sólo manejo, entro a aquella
plaza comercial y estaciono el auto. Me bajo con mi pequeño arsenal de cosas y
me dirijo al local A-07. Entro en la pequeña cafetería y voy directo al
mostrador: Un latte macchiato con extra de café. Me siento. Quiero seguir
llorando pero estar en un lugar público me detiene, es lo que buscaba, dejar de
llorar antes de que mi alma se secara por completo, antes de que aumentara el
hueco de alma que él se había robado meses, muchos meses atrás.
Doy
un pequeño sorbo a mi café y abro mi moleskine en una página en blanco -desde
pequeña amé escribir en hojas blancas- y comienzo a narrar la historia de los
dos. Intento no llorar, pero las lágrimas pérfidas sucumben al dolor, se
doblegan y emanan de mis ojos. Evito que rueden más allá de mis mejillas, tal
vez lo que debí haber evitado con él, que no bajara más allá de mis mejillas,
que no doliera en el corazón.
Un
puñado de páginas me sirven para narrar la noche en que lo conocí, nuestra
segunda cita, nuestro primer baile. Los besos, las caricias, sus secretos que
me duelen guardar -porque ahora sé que lo conozco tan bien que nadie podría
superar eso-. La primera vez que sentí celos en toda mi vida, la vez en que me
dijo te quiero, nuestro beso de despedida, el dolor en el pecho, el silencio,
la ausencia y su regreso....Su insistencia, su forma de conquistarme
nuevamente, su mano en mi mano como un gesto de "no me dejes", mi
amor por él, mis ojos nuevamente enamorados, su mirada embelesada y
perdida en mis ojos, en mi rostro, su forma de besarme, mi forma de
hablarle.
En
la libreta de pasta de negra cupo también aquella bella noche de viernes en que
me abrió su corazón completamente, en la que me habló de la forma más sincera
después de su regreso, después de la segunda oportunidad que le di. La emoción
en sus palabras y sus actos, la manera en que me envolvió en ellos, la forma en
que él me contagió de entusiasmo acerca de esta nueva etapa que los dos
viviríamos.
Escribí
sin parar, ignorando por completo mi latte macchiato con extra de café, sin
darme cuenta que poco a poco la nata quedaba allí y la espuma desaparecía.
Escribí de su nuevo adiós, de su necesidad de superar el pasado para que no
siga jodiendo su presente, de su esperanzador futuro conmigo si es que
todo salía bien.
Mi
moleskine fue la primera en saber que yo lo entendía, que en verdad podía
entender que necesitaba sanar y arrancar esos miedos y esas ataduras del
pasado, que sabía perfectamente que si lo hacía era porque en esencia no es
malo, pero todo ese rencor y todo ese temor, le hacían a veces actuar con
malicia pueril, salvaguardando su corazón, pero destruyendo el ajeno. Mi
moleskine bañada en la tinta de mi pluma ultrafina guarda eso, eso que
probablemente no me atreva a decirle jamás, porque sin duda, por más que
entienda, esto que me hace me duele, me lastima y me rompe. Y eso, eso no se
perdona fácilmente.
Cierro la moleskine y tapo mi bolígrafo con la esperanza de que no me vuelva a
buscar -o por lo menos es mi deseo actual, tal vez sea el arrebato del momento-, porque mi corazón roto no sé cuánto más pueda resistir, que si de por
si la ausencia duele, nada mata más que la intermitencia.
Seco aquella lágrima estólida que traicionera sale de lo más profundo de mi dolor,
levanto la mirada y puedo ver a un sujeto mirando anonadado, fascinado, perdido
completamente en mis manos y la moleskine. Me sonríe. Le regreso el gesto.
Cambio la mirada de dirección y veo aquel librero de pequeños huecos romboidales
guardando un puñado de libros por descubrir, y miro más allá, por la ventana,
la ciudad, el ocaso, y entonces entiendo que tengo el mundo para mi, que aunque
hoy esté desecha, mañana todo estará bien.
Salgo de la cafetería, me subo al auto y comienzo a manejar sin rumbo, con la ilusión
de irme lejos, muy lejos de todo, tan lejos de él.