lunes, 15 de diciembre de 2014

El arte de morir.

Hace frío, tengo algo en las manos que no es mío, es una especie de líquido viscoso color bermellón, el aire trae consigo un aroma parecido a metal oxidado, algo que cala en la nariz pero extrañamente al gusto agrada. 
Estoy en una casa que rentamos hace poco más de un mes, de paredes blancas y carpintería color caoba, un decorado minimalista pero con imitaciones Andy Warhol y Roy Lichtenstein. 
Me pregunto porqué motivo dejé que ella decorara con arte pop nuestras paredes. 

Cuando la conocí supe que sería una especie de aire fresco en mi vida. Con su filosofía pop y su tesis en psicología del arte supe que era un alma que necesitaba liberar sus demonios por medio del arte. La literatura rusa era su debilidad, lo supe en la tercera cita cuando de la nada apareció un sujeto con un Chéjov en mano y entonces vi en sus ojos un brillo que no había visto hasta entonces, rompí el silencio de su contemplación y pregunté si todo estaba bien, sonrió como sólo ella podía, con su hilo de labios y pómulos pronunciados, abrió los labios y dijo: Claro, sólo que no es muy común encontrar a gente que como yo tenga una predilección por los autores rusos, sobre todo por Chéjov, que no es tan conocido como Dostoyevski. Pero, olvidemos eso, no quiero sonar una loca empollona de la literatura. Jamás olvidaré aquella pequeña conversación, el uso de sus palabras, la forma en que decidió dejar de hablar de literatura para que yo siguiera hablando de mi pasión. 

Salimos un par de veces más y entonces supe que la quería para mi, que no quería que ella se alejara de mi ni un día más, que no quería que saliera con otro hombre que no fuera yo, y entonces la besé, le pregunté si ella quería estar conmigo, pasar de ser sólo unos amigos más y compartir más en esta relación, me abrazó y me dijo que sí, que ella deseaba ser parte de mi vida y que yo fuera parte de la suya. Diez meses después nos encontrábamos cenando en una pequeña cafetería en la calle Donato Guerra, estaba terminando su café latte cuando le dije que si me ayudaba a conseguir una casa más grande, quería dejar el departamento compartido y comenzar una vida aparte, con un espacio en donde cupiera mi taller, así que le pregunté si me ayudaría a conseguir una casa para rentar, pero con sus gustos, porque para ese entonces yo sabia que ella sería la chica con la que quería compartir mi vida, mi vida entera, así que si todo seguía según mis planes dentro de 5 meses le propondría matrimonio aún a sabiendas de que ella no creía en el, pero sentía que si era yo quien se lo propondría no se negaría, ella me amaba como yo a ella, nada podría detener esto que sentíamos, que vivíamos. 


Un jueves por la tarde llegamos a una privada, habíamos visto el anunció en Internet y las fotografías de la casa llenaban la pupila de ella, así que decidimos concordar una cita con el arrendador y fue así que llegamos hasta esa casa de paredes color blanco. 
Fue como un flechazo para ella, supo que ese espacio era lo que yo necesitaba, así que sin duda dije "la rentamos", usé un nosotros y al parecer eso desconcertó al amor de mi vida, me vio un poco confundida, así que tomé su mano y le dije que le agradecía, que gracias a ella había encontrado mi nuevo hogar, lo menos que quería en ese momento era asustarla con un compromiso tal, por extraño que parezca aquellas palabras lograron conciliar su estupefacción y sólo dijo "por nada corazón". 


Basto un par de semanas para que la casa estuviera impecable, con decoraciones en arte pop y muebles minimalistas, como ella dispuso, como le pedí que lo hiciera, "imagina que es tu espacio, así que decóralo a tu gusto", y fue así que Andy Warhol llegó a mis paredes. 

Y entonces sucedió lo jamás debió haber sucedido. 
Una tarde de invierno, lluvia y frío, ella entró por la puerta,  botó la chamarra en el sofá, como era ya su costumbre, tal vez eso es lo que más desesperaba de ella, que dejara sus chamarras por cualquier lado del sofá en lugar de dejarla en el perchero. Corrió hacia mi taller y me abrazó con tal entusiasmo y dolor que no supe como reaccionar, por primera vez en un año de relación me asuste, tuve miedo de perdela sin saber que eso pasaría, la alejé de mis brazos y  le pregunté que ocurría, me dijo "nada, vamos a la cocina por un buen café, de ese espresso caramel que tanto te gusta". Me tomó de la mano y la seguí, no hubo tiempo de dejar el formón en el taller.

Llegamos a la cocina y sacó de la alacena aquellas cápsulas, dispuso todo en silencio y la maquina comenzó a trabajar. Estaba de espalda a mi, viendo por la ventana, así que la giré para preguntarle nuevamente de frente que es lo que ocurría, aún con el formón en mano. 
"Me iré en Enero", no pudo decir más porque de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas pérfidas. Sólo pude decir "¿qué?", secó las lágrimas y me dijo "me aceptaron para el master en la universidad de Lyon, me iré en Enero a Francia", se abalanzó a mi y me abrazó, le pregunté que en que momento ocurrió todo eso, sin dejar de abrazarme me dijo al oído que meses atrás había comenzado los trámites, era una especie de juego, que no pensaba que la aceptarían, pero que su mejor amigo le había dicho que lo intentara, y así fue, y que un par de semanas atrás le habían dicho que lo había logrado, pero que no sabía que hacer. La alejé de mi, de golpe ella estaba a un metro de distancia de mi, la vi y no supe que sentir, si enfado, alegría, rabia o tristeza, no quería que se fuera, la quería para mi, la quería siempre para mi, le dije que no podría vivir sin ella, sólo dijo "pero cariño, es una oportunidad que siempre he deseado, por favor, amor, necesito de tu apoyo, necesito saber que eres feliz por mi, porque no importa la distancia, yo te quiero a ti, y eso no cambiará, el tiempo pasará volando."

Me negaba a escuchar aquel discurso gastado, la cólera comenzaba a subir por mi estómago, la sentía nacer desde mis entrañas, subir y encender el miedo más profundo, el miedo de perderla, de que en Lyon, lejos de mi encontrara otros brazos, otro amante que no la comprendería como yo, empuñé con fuerza el formón, y entonces dijo lo que nunca debió hacer salido de su boca: "Amor, si tú y yo somos el uno para el otro, si los nuestro es real, a mi regreso nos volveremos a encontrar", no podía creer, me dejaba, no le daba ni siquiera la esperanza de vida a este amor innegable dentro de la distancia, simplemente se marcharía sin llevarme en la maleta, la odié, la odié y le grite "zorra, tú lo que quieres es ser una maldita zorra libertina lejos de mi, de casa, de lo nuestro", antes que ella pudiera emitir palabras nuevamente me abalancé a ella con el formón en la mano y sin dudarlo le clave en el corazón aquel metal helado y sucio, su mirada penetró en mis ojos, sus piernas cedieron al dolor y se desplomó ante mis pies, le pregunté "¿por qué no me amas?", y clavé nuevamente el formón, una y otra vez hasta que su cuerpo dio paso a ser  una obra de arte contemporánea  de uniformes manches rojas en un fondo turquesa. 

Llevé el cuerpo hasta el sofá, pensé que ella debería haber estado allí, saqué de su bolsa el libro en curso, era un Julia Navarro, lo puse sobre su regazo, como debía haber sido, como tenía que suceder desde su llegada, ella en el sofá leyendo mientras yo dejaba todo en orden el taller para acudir a su llegada, para poner la cafetera y disfrutar ambos de una velada cálida. 
Nada había pasado aquella noche, porque todo estaba como siempre, todo ya estaba dispuesto en aquella sala, ella era mía, ambos en el sofá rodeados de Roy Lichtenstein, ella tenía el libro y yo, como siempre, mi taza con café espresso caramel. 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Bosquejo de una idea perdida.


Miro el cielo, el profundo de las nubes me llena los ojos, me recuerdan lo pequeño que somos, lo insulsos que somos para el universo y la egolatría de querer ser más que este.
De pequeña soñaba que eramos muñecos y que un gigante jugaba con nosotros, y desde entonces sigo creyendo que somos una especie de juego siniestro de la vida. Ese pensamiento suele recurrir a mi mente cada que la vida me da una bofetada, una patada. Cada que algo sale mal, veo a la vida a carcajada abierta, siento como se me apagan las ganas de seguir adelante. ¿Te ha ocurrido que no sabes si debes seguir  luchando o mejor dar las armas, sacar las manos en alto en pro de una rendición fulminante?
Eso me pasa a menudo, eso me pasa desde hace unos días.
Mis manos están en alto, pido la paz y la vida no me da tregua. ¿Cómo puedes seguir si la vida no te da la oportunidad de seguir en pie?
A veces siento que tanta desesperación no es normal, que tal vez tengo algún tipo de problema mental que no me permite seguir en lucha constante. Pero entonces me doy cuenta de que esto no puede ser del todo así, porque la vida si me esta dando golpes en la cara.
Pero a veces no me siento lo suficientemente fuerte para estar de pie, a veces no puedo más y doy la más hermosa lágrima de rendición.
¿Te he dicho que no sueño con alguien desde su partida? 
Me cuesta dejar ir las cosas, tal vez lo aprendí de casa. Desde pequeña veo cosas en los libreros, muchas de ellas sin utilidad alguna. A veces siento que gracias a este ejemplo le tomé mucho amor a las cosas, o más bien cierto temor al desprendimiento.
No puedo tan fácil dejar ir su imagen, me cuesta dejarlo ir, no sé porque. 
Tal vez por eso hoy vengo escribiendo mucho sin sentido, todo sin un orden lógico o gramatical.
¿Es posible dibujar sin un estilo? ¿es acaso normal estar sacando todo sin un sentido? 
En ocasiones me imagino una vida así, y entonces encuentro que los últimos años en mi vida han sido así, no tengo un orden real, brinco de una relación a otra, de una carrera a otra y una idea  a otra sin orden lógico, entonces me gusta pesar que tanto esto como lo demás podrá ser un imaginario de las cosas bien hechas, 
No entiendo como no puedo dejar de teclear, de no hacer las cosas así, al aventón diría mi madre, dejar esto que no tiene pies ni cabeza y de una vez por todas comenzar mi protocolo de investigación. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Cambiar lo del pasado.


Gracias sociedad, porque desde chiquita me acomplejaste con mis muslos llenos y caderas anchas. 
Gracias hombres, porque desde adolescente me dijeron que el uso de shorts o faldas 5 dedos arriba de mi rodilla era un insulto a su vista.
Gracias marcas de ropa, porque desde que soy niña me enseñaron que no podría encontrar nada que se ajustara a mis muslos, ya que necesitan ser delgados, como dicta el estereotipo actual de belleza.
Gracias, en fin, por que me acomplejaron con el uso de esas prendas, y por ende, me prohibí el uso de ellas, y entonces escondí mis piernas, se quedaron, así como otras partes íntimas del cuerpo, en la oscuridad de un pantalón que escondieran, al contrario de la pubis o los senos que son bellezas del cuerpo, aquellos "defectos" que la vida me había otorgado.
En tanto, también diré gracias a todo ello, porque entonces fuí débil y cedí ante todo eso, y lloré y sufrí mi propio reproche, me juzgué y me odié, y entonces gracias a todo ello hace dos años llegué a un límite, y en verdad gracias, porque a fuerza de enseñarme a odiar mi cuerpo, así también aprendí a amarlo, a aceptarlo, a entender que mis muslos y mis caderas no son un defecto, son la vida misma.
Y ahora, gracias a mis psicólogos, a mi modista, a mi familia, a un par de amigos, y en fin, gracias a mi misma, porque hoy día me doy la oportunidad de amarme, de dejar de prohibirme el uso de faldas o shorts, de enseñar, le pese a quién le pese, le insulte a quién le insulte, me juzguen o no, o lo odien, mis muslos llenos, porque bueno, al fin y al cabo esa soy yo.

lunes, 2 de junio de 2014

La inseguridad del sexo.

Quiero, y sobre todo, necesito escribir sobre lo que siento al respecto de eso que pasó ayer, de lo que uno decide sin decidir, volcado por la mera necesidad de aprobación, reinada por la desconfianza y la falta de amor propio, ¿cómo lo llaman? inseguridad. Pero el problema radica que no sé como empezar a escribirlo, a deslizar eso que pasa por el teclado de esta computadora, barata y de software pirata, en donde el Word no sirve por la misma razón pasada; es preciso para mi encontrar la palabra exacta, y de ahí, como el agua pasando por el riachuelo de Tapalpa al que tanto me encanta ir, fluir, a la perfección de la imperfección de la narración sincera y propia, de la narración prosaica que hace que procrastine, delegando las demás tareas por hacer, y así, de a poco explicar que más que la propuesta hecha y sellada ayer por la tarde, lo que más necesito es entender y hacer de mi algo nuevo, donde el miedo no me haga parecer segura, donde esa insatisfacción de lo propio, de ese pensar ruin y al parece autodestructivo (que ciertamente lo es) deje de pasar coqueto como una salida fácil y definitiva a lo que me da miedo enfrentar, porque lo que en verdad necesito es comprender que más allá de una vida plagada de inseguridad y de aprobación del sexo opuesto sobre el sexo mismo es abrir un poco más mi perfil romántico, mi necesidad de amor, por el amor mismo, por el amor propio, y entonces decirle a él, que quiero que me bese, me tome de la mano, me haga cosquillas aunque las deteste, me abrace, y no me deje ir, me diga que quiere que sea su amiga y su novia, que le encanto, pero no por abrir las piernas, sino por abrir mi corazón, pero más que nada, por ser quién soy.

(26 de Mayo de 2014, sentada frente a la computadora del trabajo, recordando que en realidad él me gustó mucho)

martes, 29 de abril de 2014

Carta a Daniel Carrillo, mi padre.

Daniel, que digo, papá.

Necesitaba escribirte, de alguna u otra forma decir todo de la única forma valiente que tengo, a letras, a palabras, a cartas. 

¿Seré cuestionada por escribirte, por apenas afrontar la realidad y hoy, a casi 5 meses de tu fallecimiento dedicarte lo que siempre he sabido hacer, lo que nunca te hice llegar en vida, lo que últimamente me motiva, esto, una carta? Tal vez es más mi forma de liberar algunas cosas, miedos e incertidumbres. Tal vez, sí, esto sea sólo por y para mi. Y es que últimamente has estado tan constante en mi pensamiento, aún no sé porque, creo que  por fin entendí que tu partida, en esta ocasión, es eterna.

Nunca supe como comunicarme contigo, como decirte que te amaba a pesar de todo, que no importaba nada, que me hubiese gustado que vieras en mi a esa niña pequeña que necesitaba palabras de aliento, de amor, que me hicieras ver que era bella, gordita, cachetoncita pero bella, esas palabras nadie podrá compensarlas, nadie. No puedo explicar cuanta falta me hicieron al crecer, al mirarme al espejo; siempre pensé que era el patito feo de papá, cuanto daño me hizo esa suposición, tanto que a veces vuelve a mi. No te culpo, no se enseña a ser padre.

Pero antes de seguir, quiero decir que te escribo desde la tranquilidad de mi alma, no con rencores, no por fastidiar a aquella mujer que, nunca lo dudé, amaste mucho, a tu manera y que por ella renunciaste a todo. Lo hago para decirte que soy feliz, a mi manera, pero no como tú siempre lo dijiste: "al final uno siempre se queda solo". Yo  aquí estoy feliz, aunque no entiendo porque repetidamente te obstinabas en hacernos ver que la vida te deja solo, porque miro a mi al rededor y yo no estoy sola, tengo a gente que me ama, y esa gente tampoco esta sola, porque por lo menos, y aunque no sea mucho, me tienen a mi, estoy allí para ellos, aunque sea sólo en palabras de aliento, pequeñas acciones, abrazos, besos o en silencios con la mano en el hombro, estamos así, y eso, papá, eso es para mi felicidad, es amor, es saber que no estamos solos del todo. 

Soy feliz, aunque este un poco rota, sea un tanto melancólica (pero bueno, la melancolía es mi estado natural, tal vez por eso disfruto tanto el arte de escribir), y hoy, inexplicablemente me siento más feliz, llena de vida, energía y amor propio. 
Me levanté de la cama con la firme idea de que nadie me haría sentir mal, ni nada me haría amargar. 
Besé y abracé a la mujer más fascinante del mundo, más bella, la mujer que más amo  y que nunca dejaré de hacerlo, le dije "Te amo, mamá". Es tan bello ese amor correspondido, es tan hermoso sentir que alguien conozca a la perfección tus virtudes y defectos, y a pesar de todo te ame incondicionalmente, no hay amor como el de una madre, bien lo sabrás tú. 
Así como amo a mamá, también amo a sus otros dos hijos, tus otros dos hijos, mis hermanos, que tanto han estado para mi, ayudándome, defendiéndome, armándome, a veces en silencio, a veces en peleas, en múltiples ocasiones en abrazos, y, como el día en que te dejamos en tu hogar eterno, en una conjunción perfecta que nos hizo ser uno mismo, de la forma más triste y hermosa que nos hemos amado.

Padre, ¿sabes? existe una única cosa que podría haberte reprochado, pero por cobardía, por miedo a que dejaras de amarme, que me prohibieras las visitas o simplemente te enojaras, nunca lo hice, y es que, papá, ¿por qué no luchaste por nosotros? ¿por qué si mamá nunca te hizo renunciar a nosotros, si hasta incluso te suplicaba que lucharas por nosotros,  por estar para nosotros, tú nunca lo hiciste? Pero no tiene caso volver a preguntarme eso, al final, por mi estólida cortedad nunca sabré la respuesta.

Hoy tengo tanto amor dentro de mi, tanta felicidad,  que me acongoja sólo una cosa, la única cosa que hoy me aferra a mi incesante nostalgia, y es que nunca te dije lo mucho que te amaba -amo-, y aún guardo muy bien en la memoria el último día en que te vi, en que te besé y abracé y por estúpida, por miedo, no te dije "te amo, papá, siempre lo he hecho, aunque las palabras no me salgan, aunque no lo diga en cada momento, yo te amo, papi". 
Que devastadoras pueden ser las palabras no pronunciadas, por eso hoy necesitaba ese abrazo (que le agradezco sinceramente a quien me lo ha dado), pero más que nada, tal vez por eso hoy este escribiendo esta carta, que aunque tenga destinatario, sé perfectamente, no llegará a su destino, nada podría hacerlo, nada de lo que he dicho podría llegarte a ti, papá. 

¿Cuán afligida puede estar una persona que se encuentra sumida en la felicidad espontánea como para escribirle al recuerdo de un fallecido? No sé la respuesta, pero aquí estoy yo, como prueba irrefutable de que es posible.

Te amo, aunque ya no sirva de nada decirlo, te amo.

Con amor, tu pequeña hija, Ana, tu "gordis".


P.D. Aún con tu ausencia en mi vida, a pesar de todo, me enseñaste una de las más grandes lecciones de mi vida: nadie estará tanto para mí, como yo misma. 

lunes, 28 de abril de 2014

Abstinencia.



Después de todo siempre fui honesta (siempre lo he sido, y siempre lo seré) y le dije al mundo lo que tú eras -eres- para mi, esa dosis de necesidad inventada, de no tener la razón del porqué mi cuerpo te necesitaba -necesita-, que eras eso que me hacía -hace- temblar con el simple mencionar tu nombre, que me empapa la memoria y algo más el hecho de recordar tu mano en mi mano, tu piel entintada. 

No puedo negar que me hace sentir débil y vulnerable el no poder dejar de recordarte, de no poder dejar de sentir que esta puta necesidad me invade cada que intento no pensarte, que me agobia saber que soy una jodida adicta de tus besos, tus manos, tu presencia, tu risa, tus palabras, del lunar de tu mejilla,  tus lecturas bizarras y sobre todo de la forma en que me amabas, dañina y sensible, cruel y apasionada, pero al final, era amor.

¿Cómo olvidar todo lo que fue, fuimos? A veces siento que sería más fácil si existiera algo así como el "Alcohólicos Anónimos", "Jugadores Anónimos" o "Glotones Anónimos", un grupo de apoyo para dejar la adicción a las personas, que es tan devastadora y lacerante como cualquier otra adicción, que existieran reuniones donde los demás contaran su historia y el cómo han logrado alejar esa necesidad, y entender que no estoy sola, que allá afuera hay tantos como yo queriendo dejar de lado esta etapa atroz, siendo valientes y enfrentándose a la realidad.
Pero siempre termino con la misma conclusión, dejar esta necesidad injustificada sería aún más sencillo si tú dejaras de coquetear cual muerte en el pabellón de los suicidas, si tú, droga mía, dejaras de insistir y te fueras por completo, para que seas sólo un mero recuerdo que viva ahogado, callado y olvidado, y si en algún momento mi cuerpo o mente te necesite no dispares endorfinas.



sábado, 26 de abril de 2014

El chico de la chamarra negra en su nuevo hogar

Existen historias que son grandes, que van más allá de un par de escritos o, en este caso, cartas, así que
 El chico de la chamarra negra dejó este hogar, el 8-C, para irse a su propia casa, lejos del blogger, pero cerca de la chica de los converse, siempre aquí, en la vida virtual, en las historias que Extranjera siempre tiene para contar, para escribir.


Les dejo el link en esta entrada, porque la chica de los converse siempre será Extranjera. El chico de la chamarra negra

miércoles, 9 de abril de 2014

El 9 de Abril nunca puede pasar desapercibido. Feliz cumpleaños hermano.

Hoy cumples 24 años, aún eres mi hermanito mayor, sí, así, en diminutivo, porque tú siempre serás eso, mi hermanito. 
Es 9 de Abril de 2014, es la 1 de la madrugada y desperté con las ganas de correr a tu habitación y darte un abrazo, un beso y decir "¡Feliz cumpleaños hermano!", pero de nada serviría porque hace años esa habitación ha estado vacía y se llena de luz nuevamente sólo en vacaciones, ya sabrás, Verano e Invierno, y si bien nos va, la vida nos regala la dicha de tenerte aquí los días "santos". Así que tuve que apagar las ganas de abrazarte y terminé escribiendo todo lo que alguna vez te he dicho, lo que aún no te he contado y lo que sé, sabes que siento.

Hermano, te extraño tanto, cumples 24 años y aún nos veo jugando como los niños que eramos, salvando la vida de "cuco" una y otra vez, sin descanso, quién lo diría, al final salvarás la vida de muchos cucos de una forma muy distinta, arriesgando la tuya; tal vez nunca termine de entender tu decisión pero aquí estoy, apoyándola, viendo lo difícil que es y será tu vida, hermano, somos lo que decidimos, y sin dudar, para mi eres más valiente que cualquier hombre que pueda conocer. Y nunca dudes de que eres más valiente que ese señor que aún guardamos en secreto en nuestro corazón. 

24 años y sé que siempre fuiste más maduro que los demás, tropezaste, como todos, pero supiste levantarte y seguir andando, sin rendirte, porque desde pequeño entendiste que la vida no es cosa sencilla, que nada es gratis, que hay que sudar para obtener lo que uno sueña, anhela, lo que uno necesita. Y ahora lo haces más que nunca, estas luchando por no estancarte, por obtener las cosas que quieres, aunque estés lejos de casa, de mamá, de tus hermanas, a veces más solo que la soledad misma, estás dando batalla, siendo tenaz, firme con tu decisión, que nunca fue fácil, que nunca lo será. 

Aquí se siente tu cumpleaños número 24, aunque no estés presente, en esta casa, en estos brazos familiares que se mueren por estrecharte y dejarte un buen apretón de espalda. Aquí siempre serás el niño de la familia, aunque no podamos llamarte y escuchar tu voz el mero día de tu cumpleaños, aunque sabemos que difícilmente pasarás otro cumpleaños en casa, en esta que siempre será tu casa, aquí siempre lo festejaremos, aunque estés siempre lejos, pero recuerda, el próximo año seguro podremos escuchar tu voz el mismito día del aniversario de tu natalicio, no siempre será como hoy.


Siempre serás el bebé de mamá, el hermanito de la hermana mayor y el héroe de la hermana menor, de mi. Porque así como sabes que siempre estaremos para ti, sabemos que tú siempre estarás para nosotras, porque siempre supimos quien y como era nuestra familia. 

24 años, que tarea llegar a ellos, pero lo has logrado de una buena manera, por tanto, ¡felicidades!, te amo, hermano. No veo la hora de verte nuevamente y poder darte este abrazo y este beso que he tenido que guardar esta madrugada. 
¡Feliz cumpleaños, hermano, felicidades!





P.S. Gracias por estar allí, cuidándome, defendiéndome de los malos, de mi misma. 

jueves, 27 de marzo de 2014

Rescatar un poco de ella, de la niña que confiaba.

Percibo una ventisca con tu aroma, es suave y sutil, hace que de cuando en cuando mis cabellos vuelen al compás de un vals, se erice mi piel. Es de mañana aún, el sol pega en el rostro y quema, la piel se tuesta, mis ojos adormilados y mi boca floja aún no entienden que en el fondo ya nada es igual, que debo cambiar, debo serle honesta, que se lo debo y me lo debo. Pero lo que pasa es que desde tu partida, la eterna,  todo en mi mundo revolucionó, hubo un estallido que me hizo recordar y rememorar mi vida a tu lado, y por fin entendí que aún no logro cerrar todas esas ranuras que dejaste desde el día en que te fuiste de casa. Aún no logro pasar página y entender porque aún tu recuerdo en aquella madrugada cala tantp en el alma. 

Ya soy una mujer madura, pero cuando acude a mi  tu imagen, eso, más que ninguna otra cosa,  me hace sentir como niña, la más vulnerable, la más pequeña y trémula, la que a ciegas confiaba y creía en el amor. ¡Qué belleza aquella niñez velada, aquella niña que creía en tu palabra! Y entonces regreso de la analepsis, y me doy cuenta de que no queda casi nada de aquella niña que esperaba en el sofá, viendo por la venta porque creía en tu promesa. Cuanta niñez no perdí viendo en ese cristal, y desde allí entendí que no cumplía años, sino que perdía edad de confianza. Ahora no suelo esperar nada de nadie, ni siquiera cuando me lo han prometido, tal vez, es la única cosa que me faltó agradecerte, el haberme hecho fuerte ante la vulnerabilidad de la confianza. 


Mi interior es una coraza enorme, que con el tiempo se vuelve más gruesa y fuerte, y a la par indestructible, me protege de la guerra entre ellos contra mi. ¿Cuál guerra? aquella donde se ama, se confía y se espera algo de alguien, sobre todo de quien más te interesa, ¿por qué guerra? porque, a pesar de que me digan que me equivoco, que la vida no es así, siempre terminan defraudándote, lastimándote, porque sencillamente las relaciones sociales son la cosa más compleja y en ocasiones la más inhumana, que irónico, ¿no te parece? 
Tal vez esto lo aprendí con tu partida, con tu forma de ser y ver el mundo, aún no lo sé. 

Tu primer y gran lección fue esa, "no confíes en nadie, porque si lo haces, te dañarán, te harán añicos el corazón". Y eso hice desde los 10, desde que entendí que predicabas aquella enseñanza con tu ejemplo, cuando fuiste tú quien me rompió el corazón, cuando, después de tres años de ausencia, comprendí que tus promesas no valían, que siempre serías un "yo, primero, yo, después yo y al último yo". Que, a pesar de ser mi padre, de ser mi primer ejemplo de confianza y amor, te importo una mierda y decidiste vivir para ti, sin importarte tu hija, a la que no le importaba si estabas con mamá o no, sino a la que importaba que estuvieras con ella, para ella, para mi, papá, para tu hija. Al final nunca lo estuviste, y aunque no lo hayas visto, yo  sí estuve para ti hasta tu último aliento, hasta aquel día frío de Diciembre.  

Me duele aceptar que aún no logro abrirme del todo a las personas, pero poco a poco lo intento, y como siempre, esta es la mejor manera que tengo, escribiendo, porque puede ser que desde pequeña fue la única forma en la que aprendí a hacerlo, a expresarme, como si escribir fuera parte de aquella armadura que crece en mi interior.
Y pues aquí estoy, escribiendo la parte triste que guardo celósamente en mi, la que pocos conocían y por la que entendían la frialdad en mi. Aquí estoy, siendo valiente y diciéndole al mundo que a pesar de todo el desdén, del poco amor, que sólo al final de tus días, demostraste tenerme,  que a pesar de todo, te amo, te amé, y te lloré tanto, aunque  me había prometido no llorarte nuevamente aunque fueras a estar siempre bajo tierra, y te regalé el mar de llanto más grande que pude haber emitido. 

Aquí estoy, siendo valiente, demostrando la razón por la que me oculto en un caparazón, y entones, sólo así darle la oportunidad de conocer el motivo de muchas de mis razones de ser, dándole la oportubidad de saber como dañarme, porque, papá, tu última lección fue la más importante: Ama, siente y vive, disfruta y goza, déjate llevar, abre tu interior, porque sólo entonces ellos verán cuan maravillosa puedes ser, podrán ver que eres y siempre serás mi niña, la mujer con los sentimientos más finos y cálidos, más sensibles y endebles, la mujer que se cuida por miedo a que alguien más la dañe. Y eso hago, padre, confiar. 

martes, 11 de marzo de 2014

El chico del casco blanco: 8:15

Estaba inmerso en su mundo, en su propia galaxia de ideas, había estado así un par de días, sin entender cuál era el motivo por el que sentía que la vida aún le estaba quitando algo para sentirse pleno.

A sus 23 años, el chico del casco blanco tenía lo que muchos a su edad hubiesen deseado, viví en casa de su madre, pera ella era la mujer más comprensiva del mundo, así que podría decirse que la casa era como si fuese su propio espacio de escape. Tenía un buen empleo, de esos  de los que disfrutas porque se trata de hacer lo que te gusta, por lo que te has preparado a lo largo de la vida, con ganancia de crecimiento personal y por supuesto, monetario. Asistía a una de las mejores universidades del Estado, se preparaba para ser mejor en su área de trabajo, en la vida, en lo que le apasionaba. Y así, ya sabrán, amigos, amigas, chicas que le sonreían por flirtear, amigos de juerga, amigos de toda la vida, se podría decir que lo tenía todo, en medida, para sentirse pleno. Pero a pesar de todo ello, aún le hacía falta algo, algo que lo pusiera en estado de libertad, de dicha.

Un tono hueco y simple salió de la bocina de su celular, un mensaje. Se incorporó de la cama y cogió el aparato del librero que tiene justo del lado derecho de su cabecera. Titubeó un instante antes de poder abrir aquel mensaje. Del 331 123 6180 un simple: Café del centro histórico. 8:00 p.m. Llévala.

Soltó el celular dejándolo caer sobre la almohada. Se incorporó de la cama y tocó el reloj que lleva marcado en su piel. Tatuaje.  Analógico, las manecillas: 8:15
Se miró en el espejo de la pared, su piel tostada por el sol era la estrella principal de esa imagen. Dio un par de pasos al frente y se dijo: La vida son dos días.

Llevaba toda la vida casado con aquella frase, su idea era que en realidad la vida era tan efímera que nada, absolutamente nada era lo necesariamente duradero, así por más que lo desearan. La vida es tan corta que era simplemente dos días.

Sacó de su closet una caja con un par de cigarrillos de hierba verde perfectamente enrollados, extirpó uno y guardó nuevamente la caja. Miró el reloj del celular: 4:40. Se sentó en el piso a un costado de la cama, recargando su espalda contra la madera de la base, encorvado para no toca el colchón. Lo prendió. ¿Por qué hoy? La pregunta retumbaba en el silencio, en aquél cuarto donde reinaba la oscuridad gracias a la cortina que impedía que los rayos del sol penetraran y golpearan las bardas de la habitación. Se sintió somnoliento, cansado y cada vez más abismado en su mundo.

La hora: 5:40. Dejó caer su ropa frente al televisor y se dirigió a la regadera, tomó una ducha larga, el agua tibia corría por sus hombros, su espalda y se perdía en la espalda baja. Las gotas eran pesadas, suaves y cálidas…como caricias. ¿Por fin saciaré el vació que alberga en mi interior? Dudó en secarse con la toalla azul cielo o dejar que el aire frío de Marzo le secara hasta el alma. Optó por la toalla. Se vistió rápido, pantalón de mezclilla, playera negra y tenis.

La hora: 6:30. Guardó en su mochila un paquete envuelto en un papel color carmesí. Era una caja pequeña, cabía en la palma de la mano, podría haberla guardarla sin ningún problema en el bolsillo del pantalón, pero no quería estropearlo, así que lo colocó en el solitario y gigantesco espacio de la mochila vacía. Solo.
Cogió de la mesa el casco blanco y al ritmo de “WhoMadeWho” se subió a la moto y partió rumbo al centro de Guadalajara. La hora 6:50. Esquivando el tráfico caótico de la ciudad se ponía a imaginar cómo sería su vida a partir de aquella noche, de beber aquel café. No logró encontrar una imagen que lo representara, así que el miedo irrumpió en su cuerpo. Bajó la velocidad y sin darse cuenta estacionó la moto. Estaba a una cuadra de Independencia. Allí la dejó y fue en busca del lugar.

Café del centro histórico. 7:59. Llevaba en la mano el casco blanco y al verla casi lo deja caer. En la mesa del centro estaba ella, la chica del cabello largo y lacio, de sonrisa profunda y mirada hechizante, la chica que amaba. De su cuello colgaba una “P”. Dos americanos esperaban por ellos en la mesa. Lo invitó a sentarse.
-Será rápido. Sólo quiero tenerla en mis manos, verla por última vez. –
-¿Entonces es definitivo?- le preguntó él, con la mirada llena de expectación.
-Es lo mejor, es nuestro momento.-

Él sacó de la mochila aquel paquete carmesí, lo colocó en el centro de la mesa y ella lo cogió. Sacó de allí una hermosa pulsera plateada, iba grabada con un “por siempre nuestro”. Era una bella y delicada pieza de amor, un regalo de él para ella.
La observó por unos segundos, quizá un minuto y tras un breve suspiro la arrojó al fondo de aquel café, como si al hacerlo se fuera con ella toda la historia que compartieron. Sin decir nada se paró y con  la más dulce mirada le agradeció por haberla amado tanto, por haber estado para ella. Se fue.
Él se sintió abatido, quería tomar la taza  y sacar del olvido lo que él le había regalado, no la pulsera, sino su corazón. Pero, entonces la recordó, recordó su mirada, la recordó feliz.

Y sólo entonces logró entender que ese vació sólo se llenaría con la perdida de algo, con su perdida, porque al dejarla ir, llenaba su vida de oportunidades, de algo más que un amor no correspondido;  se paró de la silla dejando aquellas tazas de café llenas, dejando el color carmesí, dejando la somnolencia, el hueco en aquel lugar.
Por la banqueta se ve al chico del casco blanco, allí va, pleno, porque nunca olvida que la vida son dos días.

Se pone el casco blanco, prende la moto, la hora: 8:15. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Se solicita.

Me pasa que siempre quiero escribirte, de una forma u otra, hablar de ti o simplemente hablarte, siempre me invade algún recuerdo tuyo que siento que el mundo debería saber, contar tu historia, que protagonices mi narrativa. Pero este deseo gigante de escribirte exacerba mi temor a no encontrar las palabras adecuadas, a decir algo incorrecto, tal vez, a volverme cada vez más vulnerable a tu sonrisa. 
Así que al final termino por no escribirte, por dejar todo en un mero "deseo desesperado", y entonces me frustro porque amo tanto escribir y el hecho de no poder escribirte hace que mi imaginación se bloque por completo y entonces no encuentro ni tema ni palabra adecuada para poder comenzar a escribir, de cualquier cosa, de cualquier persona, porque el hecho de no poder hablar de ti o hablarte en mis letras me hace sentir incapaz de escribir sobre cualquier otra cosa, cualquier otra persona y entonces ahora sí dejo de escribir, dejo en blanco los espacios entrelineados de mis libretas, dejo alejada las fechas de publicación de mi blog, y lo más triste es que REALMENTE dejo de escribir, de hacer eso para lo que simplemente vivo, lo que más amo, lo que me hace seguir aferrada a la vida. 

Así que a partir de ahora tengo que dejar de pensar que eres mi "musa", porque al parecer la incapacidad de escribir es inherente a ti. 

Dicho, pues, lo anterior, este será un breve anuncio: Se solicita "musa", de preferencia hombre, que no aletargue mi pasión y que al contrario, la excite en cada momento, a cada segundo. 

P.S. Que curiosa la reacción de verte por perdido, de darte de baja,  me permitió escribirte. Ya lo decía Kundera: "El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina." 


P.S.2 Fuiste la guillotina. 

El grafógrafo [Salvador Elizondo]

"Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo."

El grafógrafo.

Salvador Elizondo.